Desde hace un par de días he tenido la suerte de poder recordar un episodio de mi infancia que tenía completamente olvidado. Se trata de un castigo, en realidad del mayor castigo y la mayor humillación que he sufrido nunca. Os pongo en situación: desde los cuatro hasta los ocho años permanecí en el colegio de María Auxiliadora de Valencia, regentado por monjas Salesianas. El colegio era mixto, pero los niños y las niñas no coincidíamos nunca, ni en clase ni en el patio ni siquiera en el momento de la entrada o la salida ya que lo hacíamos por puertas distintas. Se encargó de mi educación y la de otros aproximadamente treinta y muchos colegas sor María Elena, una monja grandota de aspecto bondadoso pero capaz de imponer disciplina nada más abrir la boca. Tenía un bozarrón como el de Rita Barberá. Entre mi madre y ella me enseñaron a leer y a escribir por lo cual le estaré agradecido toda mi vida. Recibí de ella premios (estampitas, medallitas y golosinas) y castigos. No fui el primero ni el último en recibir el castigo protagonista de esta entrada. No recuerdo el motivo, me llamó la sor y me dijo: vete a la clase de las niñas, le dices a la sor que estás castigado y cuando ella te diga te vuelves. Yo había visto a los colegas cuando volvían de la clase de las niñas completamente derrotados. El significado del castigo era el de que no te merecías estar en la clase de los niños y te degradaban a la de las niñas, para aquellos tiempos era muy duro y perdías tu autoestima. Ellas no tenían un castigo parecido. La clase de las niñas estaba al otro lado del patio, no se como tuve fuerzas para llegar y abrir la puerta, al entrar... los cuarenta pares de ojos de las niñas se clavaron en mi ser, estos días al recordarlo todavía noto el ardor de mis mejillas y mis orejas del sonrojo que pasé. Como los compañeros no contaban nada de lo que les había pasado, por mi cabeza corrían las suposiciones más humillantes, hasta que tenía que bajarme los pantalones o algo así. La monja no me hizo mucho caso, debería estar harta de ejercer de verdugo, me dijo que me quedara a un lado y al cabo de algún tiempo que a mí se me hizo eterno me levantó el castigo.
Juro por Emma Thompson, María Moliner, Mafalda, Mercedes Sosa, Joan Baez, Montserrat Caballé, Almudena Grandes, María del Mar Bonet, Hermione Granger, Teresa Salgueiro... y toda las mujeres que han significado algo en mi vida que el episodio no me engendró ni un miligramo de misoginia, sólo me caen mal las mujeres que me caen mal y de las que no quiero acordarme, no por su condición de mujeres sino por sus cualidades negativas bajo mi escala de valores.
Tal vez la anécdota si puso una semilla de anticlericalismo. Mi anticlericalismo no es contra curas y monjas sino contra todo aquel que se cree en posesión de la verdad absoluta y trata de imponerla al resto de los mortales.