sábado, 12 de junio de 2010

Historia de una escalera


Al contrario que en la obra de teatro de Buero Vallejo donde la escalera es el objeto inamovible de la historia, en esta obra es el hueco el objeto central y las escaleras que lo han penetrado los distintos personajes que por él transcurren.
La primera vez que vi el agujero fue durante las obras, de él colgaba una escalera de andamio llena de yeso, sin duda a este amor de juventud entregó su virginidad. Mas tarde su lugar lo ocupó el amante oficial: una escalera de hierro fundido y color gris de las llamadas escaleras de barco, nos costó deshacernos de ella, era muy pesada y se creía con derecho a la permanencia indefinida. Le buscamos un novio en el que teníamos puestas todas nuestras esperanzas, pero resultó un fracaso, después de un día entero intentándolo no hubo forma de consumar el enlace, no llegó ni a coitus interruptus, se quedó en un verdadero gatillazo. Rápidamente la sustituimos por un primo suyo que aunque mas canijo cumplió con su obligación durante una temporada. Como el hueco seguía tristón y mal acompañado tuvimos que buscarle un nuevo amante en un barrio mas fino, por fin encontramos la escalera de la foto que de momento nos ha dejado satisfechos al agujero y a nosotros.

En mi afán por que esta escalera se quedara mucho tiempo me gustaría que la habitara un ser mitilógico nacido de la imaginación de mi admirado Jorge Luis Borges: un A BAO A QU.
De El libro de los seres imaginarios.

«Para contemplar el paisaje más maraviloso del mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de la Victoria en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la fábula que dice así:
En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi traslúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca en los talones del visitante y sube pendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color, su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es el hecho de que sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así, el A Bao A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y la luz vacilante. El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde ya apagado y semejante a una lámina de contornos vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad de la escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y que al tacto recuerda la piel del durazno.
En el curso de los siglos, el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.
El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión de Las Mil y Una Noches»

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