viernes, 7 de mayo de 2010

Batallitas de un informático trasnochado III


MORTADELOS

Los técnicos de hard y soft que hemos trabajado con cajeros automáticos llamábamos mortadelos a los billetes falsísimos que nos servían para probar operatorias y nos liberaban de la preocupación de extraviar algún billete de verdad. No eran tan divertidos como el de la foto sino más sobrios, tenían el anagrama de Nixdorf y eran del color y tamaño del billete real.
Una tarde había quedado con el director de la oficina principal de una Caja de Ahorros en Alicante para intentar cazar un error que se producía de vez en cuando. El director abrió el cajero, vació los cajetines de dinero legal y me los dejó a mi disposición para que los llenara de mortadelos. No había ningún terminal bancario cerca del cajero que estaba en el gran vestíbulo de la oficina, por lo que tuve que requerir los servicios de mi externo favorito para que operara en el cajero mientras yo comprobaba su funcionamiento.
Mi externo favorito era una de las personas más extrovertidas y sociables que he conocido nunca. Su frase preferida: Hay que tener amigos hasta en el infierno. Conocía a todo el mundo en Alicante y alrededores.

Estaba yo modificando y compilando el programa cuando se me acercaron un empleado de seguridad y un señor con una extraña expresión en la cara y unos cuantos mortadelos en la mano, enseguida comprendí lo que estaba pasando. Mi externo favorito se había despistado hablando con alguien y se le había colado en el cajero el señor que tenía ahora delante de mí. Efectivamente así me lo explicó el empleado de seguridad y añadió que el externo había apagado el cajero y se había ido a buscar al director de la oficina que estaba tomando café en el bar de la esquina. Le pedí disculpas al cliente y le rogué que me devolviera los mortadelos, no quiso hacerlo porque los necesitaba como justificante para canjearlos por los billetes buenos, comprendí su punto de vista y no insistí. Al poco llegaron el director de la oficina y el externo, pero el cliente todavía tuvo que esperarse un rato hasta que cumplió el retardo de apertura de la caja fuerte donde estaba el dinero de verdad. Cuando todo se hubo solucionado nos fuimos el externo, el cliente y yo a tomar un café. Nos contó el cliente que era vecino de Albacete y estaba de paso en Alicante, cuando salimos del bar nos despedimos y le regalé los mortadelos que ya me había devuelto, para que recordara la anécdota. Pagó los cafés mi externo favorito.

Muchas veces he tratado de imaginar la cara que se le quedaría a cualquiera que viera salir mortadelos del buzón de un cajero.

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